Comentario
En que se cuenta el gobierno del doctor Antonio González; lo sucedido en su tiempo; la venida del arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero, con lo sucedido en su tiempo hasta su promoción al Pirú
Cincuenta y dos años, poco menos, eran pasados de la conquista de este Reino, hasta que el doctor Antonio González, del Consejo Real de las Indias, le vino a gobernar en la silla de presidente. Llamóse a este tiempo el siglo dorado, que aunque es verdad que en él hubo los bullicios y revueltas de las Audiencias y visitadores, esto no topaba con los naturales ni con todo el común. Singulares personas padecían este daño, y todos aquellos que querían tener prenda en él; por manera que el trato y comercio se estaba en su punto, la tierra rica de oro, que de ello se llevaba en aquellas ocasiones harto a Castilla.
Diré lo que vide y lo que oí.
A sólo el visitador Juan Prieto de Orellana le probaron sus contrarios que había llevado de los cohechos ciento y cincuenta mil pesos de buen oro, pues algo le importaría el salario legítimo, pues el secretario de la visita y los demás oficiales algo llevarían.
En esta misma ocasión, me hallé en Cartagena, a donde nos habíamos ido a embarcar; y habiendo ido a la Capitana a ver a dónde se le repartía camarote al licenciado Alonso Pérez de Salazar, porque el visitador daba en que se le había de llevar allí preso, que después se remedió, como tengo dicho. Pues este día estaban sobre cubierta catorce cajones de oro, de a cuatro arrobas, de Juan Rodríguez Cano, que en aquella ocasión se fue a España; y asimismo estaban sobre cubierta siete pozuelos de papeles de la visita de Monzón y Prieto de Orellana, y le oí decir al secretario Pedro del Mármol, que lo había sido de ambos visitadores, aquestas razones hablando con los que allí estaban: "Aquí están estos siete pozuelos de papeles y allí están catorce cajones de oro, pues más han costado estos papeles que lo que va allí de oro". Pues qué llevarían los demás mercaderes que en aquella ocasión fueron a emplear y otros particulares que se volvían a Castilla a sus casas. Pues todo este dinero iba de este Reino.
He dicho esto, porque dije que aquella sazón era el siglo dorado de este Reino. Pues ¿quién lo ha empobrecido? Yo lo diré, si acertaré a su tiempo; pues aquel dinero ya se fue a España, que no ha de volver acá. Pues ¿qué le queda a esta tierra para llamarla rica? Quédanle diez y siete o veinte reales de minas ricas, que todos ellos vienen a fundir a esta real caja; y ¿qué se le pega a esta tierra de eso? Tercio, mitad y octavo, porque lo llevan empleado en los géneros que hay en ella, hoy que son necesarios en aquellos reales de minas; y juntamente con esto, tenían aquellos naturales la moneda antigua de su contratación, aquellos tejuelos de oro de todas leyes; que diré por excelencia lo que pasaba.
Venían a los mercados generales a esta plaza, de tres a cuatro mil indios, y sobre las cargas de hayo, algodón y mantas, ponían unos a cien pesos de oro en tejuelos, otros a cincuenta, más o menos, como querían comprar y contratar. Finalmente, no había indio tan pobre que no trajese en su mochila colgada al cuello seis, ocho o diez pesos; esto no lo impedían las revueltas de las Audiencias.
Mucho va en los gobernadores el conservarse o destruirse las repúblicas, provincias y reinos, para cuyo remedio da dos documentos Platón a los que han de gobernar. El primero, que miren de tal manera por el provecho de los ciudadanos, que todo cuanto hagan se enderece a esto, sin mirar el provecho propio; el otro, que miren por todo el cuerpo de la república sin desamparar jamás parte de ella. A mí me parece que esto no está ya en el calendario, porque es muy antiguo. ¡Esta golosina del mandar qué de golosos trae tras sí! Mandar, aunque sea en el infierno, como dicen los ambiciosos. No les darán ese lugar allá, antes bien pagarán en sus penas lo que acá mandaron contra razón y justicia. No digo yo que hay jueces que tal hagan; pero San Inocencio, hablando con los jueces, dice: "Siempre menospreciáis las causas de los pobres con dilación y tardanza, y las de los ricos tratáis con instancia. En los pobres mostráis vuestro rigor y en los ricos dispensáis con mansedumbre; a los pobres miráis por maravilla, a los ricos tratáis con mucha crianza. A los pobres oís con menosprecio y fastidio, y a los ricos escucháis con sutileza, enarcando las cejas. "No pretendas ser juez si no vieres en ti tanto de virtudes para romper con todas las maldades. La justicia es raíz de la vida, porque a la manera que es un cuerpo sin entendimiento y razón, es una ciudad sin ley ni gobierno".
Paréceme que el gobierno del doctor Antonio González me saca a la plaza, porque yo no quería sino irme con el hecho reservado; el derecho para el que se lo quisiere añadir; y pues he dicho la causa, digamos algo de ella. El año de 1589, a 28 de marzo, como queda dicho, entró el doctor Antonio González en esta ciudad. Hízosele un solemne recibimiento, con solemnes fiestas. Con el nombre que traía de que el rey, nuestro señor, le enviaba para que remediase esta tierra, no había ninguno que no tuviese sus cosas para remediadas, con que le aclamaron por Padre de la Patria, y que había vuelto aquel siglo dorado de Góngora y Galarza, y que gobernaba el doctor Venero de Leiva; en fin, voz popular con esperanzas mal cumplidas, que nunca logran su fe.
Traía el presidente cédula de visitador, con otras muchas, y de ellas algunas en blanco. Desde Cartagena, mientras la visitaba, envió a esta Real Audiencia al licenciado Gaspar de Peralta, que venía restituido a su plaza.
Pues acabadas las fiestas comenzó el presidente a entender en su gobierno. Lo primero que hizo fue tomar la residencia al doctor Francisco Guillén Chaparro, la cual acabada lo envió a Castilla, de donde salió proveído para Guadalajara; su compañero, el licenciado Gaspar de Peralta, y el fiscal Hernando de Albornoz salieron juntos de esta ciudad el año de 1592, por oidores de las Charcas.
Sucedió en la plaza de fiscal, en la misma sazón, el licenciado Aller de Villagómez, y con él vinieron por oidores el licenciado Egas de Guzmán, que murió en esta ciudad, y el licenciado Miguel de Ibarra, que de aquí fue por presidente de la Audiencia de San Francisco de Quito; y durante el gobierno de dicho presidente vinieron por oidores el doctor don Luis Tello de Erazo, y consecutivamente los licenciados Diego Gómez de Mena y Luis Enríquez, que todos tres fomentaron después el rigor del doctor don Francisco de Sandi, que fue el presidente que sucedió al doctor Antonio González, el cual, prosiguiendo en su gobierno, entabló el derecho real de la alcabala, perteneciente a Su Majestad; y más adelante, pareciéndole que convenía para fomentar los reales de las minas de plata que se iban descubriendo, mandó que estos naturales no tratasen ni contratasen con los tejuelos de oro por marcar de su antigua contratación, como si esto estorbase que no se sacara plata; lo cual fue a quitarle al Reino los brazos y quitarle a Su Majestad los quintos que le habían de venir de aquella moneda, que no fue el menor daño para la Real Hacienda, como se puede ver por los libros reales de aquel tiempo.
Lo tercero que hizo fue quitar de esta real caja las fundiciones que acudían a ella de muchos reales de minas, con lo cual cortó al Reino las piernas y lo dejó destroncado; porque éste, subvenido, había crecido y crecía la riqueza de aquesta tierra, y luego que la comenzó a gobernar comenzó a descaecer, que nunca más ha levantado cabeza, Ya veo que me pregunta el curioso: ¿qué útil tenía este Reino de esas fundiciones? Respondo: que todos los que venían a fundir el oro, quitado mercaderes, dejaban aquí el tercio, mitad y todo, porque lo llevaban empleado en los géneros de esta tierra, de que carecían aquellos reales, porque allá llevaban el oro y lo sacaban, y no hallaban los géneros necesarios que de acá llevaban, por donde se podía ver el útil y provechos que este Reino tenía, y lo que se le quitó, que ya lo tengo dicho.
Lo cuarto que hizo fue sacar de este Reino más de doscientos mil pesos de buen oro, de composiciones de estancias y encomiendas de indios; pero esto era hacienda real; no hay que tocar en ella; y con esto llevó ochenta y cuatro mil ducados del tiempo que sirvió esta plaza, y con el ayuda de costa de venida y vuelta, con más el salario de la plaza del Consejo, que todo lo tiraba.
Yo no he de juzgar si hizo mal o hizo bien, porque no me quiero meter en la jurisdicción del agua, no me coja algún remolino y me lleve a pique. Con todo lo demás de su gobierno, fue muy buen juez y muy buen cristiano, gran limosnero, y con esto muy afable y amoroso, porque ninguno salía de su presencia desconsolado, que ya no daba dineros daba palabras; y con todo esto hubo quien le capitulase, los cuales capítulos le vinieron en esta ciudad a las manos y sobre ellos hubo harto enfado, que no quiero tocar. Sólo diré que no se los pusieron los naturales de este Reino, porque del monte sale quien al monte quema.
Sin duda que debe ser dulcísimo el mandar y gobernar, o debe de tener encerrado en sí otro secreto meloso, según los hombres anhelan por estos cargos y hacen tan apretadas diligencias por alcanzarlos. Quien nos podía decir algo de estos dulces, Moisés, por lo que tuvo de gobernador, aunque no lo buscó ni lo pretendió, porque sólo fue escogido para ello, lo podrá hacer. Queriendo Dios hacer a Moisés un dios suyo, está siete días porfiando con Dios que no ha de tomar tal oficio. Dije siete días, porque dice una historia hebrea que tantos estuvo Dios en la zarza, y claramente lo significan los setenta intérpretes y el mismo Moisés diciendo: "Señor, de mucha voluntad hiciera lo que mandáis, pero como yo sea de mi naturaleza impedido de la lengua, he estado esperando, por ver si hablando con vos se me quitaba y desde ayer que son dos días, y tres antes, que son cinco, y desde el día que habláis conmigo, que son seis, y hoy que os digo esto, que son siete, no he sentido mejoría en mi lengua. Por tanto, Señor, no enviéis a un tartamudo por legado vuestro, porque no os conviene, ni yo jamás iré".
Sin embargo que hizo lo que Dios le mandó; pero no preguntó eso el santo profeta, sino "¿qué dulces tiene el gobernar, pues tantos lo apetecen?". Paréceme que responde lo que dejé escrito, y os lo dirá muy largamente, que aquí no os diré sino un poquito.
"Después de los enfados de Faraón y el egipcio pueblo, y después de la incredulidad y dudas del pueblo de Dios, que era a mi cargo, y después de haber pasado el mar bermejo, con aquel estupendo milagro obrado por la vara y la voluntad de Dios, muerto Faraón y su ejército, puesto en salvo en el pueblo quiso caminar conmigo por el desierto cuarenta años. Para tan largo camino es corta la vida, que si me pudieras seguir vieras qué tales son los dulces que me preguntas; y que no dejarte en ayunas, atiende a éste.
"Habiéndome llamado Dios para darme su ley en la cumbre y alto del monte Sinaí, y habiendo dejado encargado el pueblo y su gobierno a mi hermano Aarón, al cabo de nueve o diez días que me ocupé con Dios en hablarle y recibir su ley; vuelto, pues, al cabo de este tiempo a mi pueblo, que lo tenía en gobierno, lo hallé idolatrando en un becerro de oro. Mira qué tal vista, lo dulce que se me pegaría a los labios, y la hiel, dolor y amargor que sentiría mi corazón. Día hubo que me vi tan falto de paciencia, por no decir desesperado, que le dije a Dios: "Señor, o perdonad este pueblo, o borradme de vuestro libro". Esto y otros dulces con ellos tuve en el gobierno; y cuando pensé de gozar de alguna dulzura viéndome en la tierra de promisión, a vista de ella morimos yo y mi hermano Aarón".
Paréceme que aquí hay poco dulce; preguntémosle a jeremías. No dirá nada, porque por no encargarse de almas se hizo niño. Pues Jonás por no ser profeta mudó de oficio, haciéndose mercader en Tiro. Agustino, en sabiendo que estaba vacío algún obispado, huía porque no lo eligiesen. ¡Cuánto resistió el glorioso Ambrosio porque no le diesen la mitra! El santísimo Gregorio huyó de tal suerte del pontificado, que si no fuera por una columna de fuego que viniendo del cielo señalara dónde estaba, jamás se le sentara en la silla. Y ¿a quién no asombra el anacoreta Antonio, que porque no le hiciesen obispo se cortó la oreja derecha? Todos éstos sabían cuántos vuelcos hace dar la cama muelle y blanda del poderoso; cuánta espina hinca el centro en la mano de quien la tiene; cuántos dolores de cabeza de la real corona, y cuántas zozobras trae consigo la sagrada tiara, el honroso capelo, la preciosa mitra y todas las demás grandezas de este mundo. Pues ¿quién lo ha de gobernar? El lugar y oficio de regir y gobernar se ha de negar a los que le desean, procuran y apetecen, y se ha de dar y ofrecer a los que huyen de él.
Al tiempo que el doctor Antonio González entabló el real derecho de la alcabala en este Reino, no faltaron algunos rumores y cosquillas en él sobre recibirla; particularmente el Cabildo de la ciudad de Tunja fue el que hizo la mayor resistencia, por la cual razón le mandó el presidente venir a esta Corte; y estándose tratando de este negocio, llegó la nueva de los alborotos de la ciudad de San Francisco de Quito, sobre no querer recibir la alcabala, y a esto se añadió que la Ciudad de los Reyes y el Cuzco estaban de parecer de no recibilla, que todo esto paró en viento, con lo cual el doctor Antonio González mandó al receptor d e la alcabala que no apretase en la cobranza, sino que el que quisiere pagarla, buenamente pagase, y que el que no quisiese no se apremiase, hasta ver en qué paraban las revoluciones del Pirú, con lo cual el Cabildo de Tunja se volvió a su ciudad sin asentar cosa alguna.
Pues sucedió que al cabo de algunos días, algunos regidores y otras personas principales de aquella ciudad se fueron a holgar al pueblo de Bonza, encomienda del capitán don Francisco de Cárdenas, y donde era cura y doctrinero el padre fray Pedro Maldonado, del Orden de Santo Domingo, que los hospedó en su casa. Pues en un día de los de esta huelga y fiesta se movió plática en razón de la alcabala. Servía el dios Baco la copa y llevaba el contrapunto a la plática, y subiólo tan de punto que vino a hacer reyes, duques, condes y marqueses, y formar corte.
La voladora fama, que vestida de lenguas pasó por allí, entendió la cosa y de ella le dio aviso al presidente, aunque no faltó quien dijese que de la mesma baraja salió una carta que se lo dio, porque el vino es un gran descubridor de propias faltas y ajenas. Decían por refrán los antiguos, que "el vino andaba sin calzas", porque el que está beodo todos los secretos y vicios que tiene descubre. Sabido por el presidente lo que pasaba, envió por los comprehendidos, que fueron: el capitán Carvajal, el capitán Pacheco y Pedro Muñoz Cabrera, y los tuvo presos en esta ciudad, y en la primera ocasión con lo actuado los envió a España, porque para el mal nunca faltan malos, por no decir testigos falsos. En Castilla se entendió luego la substancia de la cosa, y mandáronles dar descargos de la calumnia.
Todas estas inquietudes acarreó el vino, porque le bebieron todos, y luego se acusaban los unos y los otros, y de una pulga hicieron un caballete, que para componerlo costó muy buenos dineros a los unos y a los otros, y muy buenos azotes a los declarantes. En conclusión, con los descargos que les llevaron de este Reino mandó Su Majestad que los enviasen a sus casas.
Excelentísimo licor es el vino, porque si otro mejor hubiera, en él instituyera Cristo Nuestro Señor el sacramento de su preciosa sangre; pero los hombres usando mal de él lo hacen malo, como se vio en el magno Alejandro, que tomando el vino mató a su amigo Clito, quemó la ciudad de Persépolis, empaló a su médico y cometió otros crímenes estupendos y atroces. Más le valiera el médico ser pastor de ovejas que médico de Alejandro. Lot, embriagado y harto de comer y beber, se acostó con sus dos hijas torpemente. Cuatro viejos se desafían dos a dos en un banquete a beber los años de su edad, y contados, el que bebía al otro había de beber tantas veces como tenía el otro de años, y el más mozo era de cincuenta y ocho años, el segundo de setenta y cuatro, el tercero de ochenta y siete, y el cuarto de noventa y dos; y se escribe que el que bebió menos bebió cincuenta y ocho tazas de vino, y que alguno bebería noventa y dos. En los vinos hay malos y buenos, y en los hombres que lo beben corre la mesma cuenta. Hase de entender que los buenos lo beben destemplado con agua, para conservar la salud, y los malos lo beben puro hasta embriagarse y perderla, y suele costar también la vida. De mí sé decir que en todo el año no lo veo ni sé qué color tiene, y no me lo agradezcan, porque esto es no por la voluntad, sino a más no poder.
Quiero acabar con este gobierno, que me ha sacado de mis casillas y de entre mis terrenos, y antes que concluya diré una cosa, que fue y pasó así:
El doctor Antonio González bien conoció haber errado en quitar a los naturales la moneda y a esta real caja las fundiciones; y lo confesó él con estas palabras. Importunado de sus amigos y de los que bien sentían el daño y menoscabo de la tierra, estando una noche con él alguno de ellos, que se movió esta plática, enderezó el presidente sus razones a Antonio de Hoyos, su secretario, diciendo: "Paréceme que en esto de haber quitado de esta real caja las fundiciones y el oro por marcar de los naturales, no se ha acertado; pero yo tengo la condición del Nilo, venga otro y remédielo". Este otro no ha llegado, el Reino se está con su calentura, doliente y enfermo. Licencia tiene para quejarse, que ésta se concede a todos los enfermos. Lo que yo le aconsejo es que no pare en sólo quejarse, sino que procure médico que le cure, porque de no hacerlo, le doy por pronóstico que se muere.
De aquellas razones que el presidente dijo a su secretario se colige que motu propio, y por parecerle que convenía y que acertaba, quitó las fundiciones y la moneda; porque querer decir, como algunos dijeron entonces, que por cédula de Su Majestad que vino con la de alcabala lo hizo, contradícelo la razón; porque no había de dar el rey, nuestro señor, contra su real hacienda y quintos reales tal cédula, salvo si de las que el presidente trajo en blanco hínchese alguna, que ésta nunca se vio.
Muy gran letrado era el doctor Antonio González y sabía muy bien; no ignoraba lo malo y lo bueno; bien podía haber visto un lugar en la Escritura Sagrada, muy esencial a este propósito. El juez de vivos y muertos, Cristo Señor Nuestro, epilogó con las palabras que de sí mismo dijo, todo lo que se puede decir que a buen juez convenga, conviene saber: "Ninguna cosa puedo yo hacer de mi autoridad; de manera que oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no pretendo mi voluntad sino la de mi Padre que me envió". Vean agora los hombres doctos lo que hizo el presidente, y vean la doctrina y levántela de punto, porque yo no me he de meter en jurisdicción ajena. Basta haberlo apuntado, sin meterme en más honduras.
Durante el gobierno del dicho presidente, vino por oidor a esta Real Audiencia el licenciado Fernando de Porras, el cual en breve tiempo murió en esta ciudad.
Finalmente, el presidente, ora fuese cansado de oír quejas de este Reino, o enfadado ya de las indias, envidó, no sé si con buen punto o falso pedimento, que se le diese licencia para volver a su plaza del Consejo. Quisiéronle el envite y enviáronle la licencia, con la cual se fue luego, porque el sucesor del gobierno no se tardó mucho en venir, que fue el doctor don Francisco de Sandi, del hábito de Santiago, y entrambos presidentes se vieron en esta ciudad, bien es verdad que el doctor Antonio González en mar y tierra lo mandaba todo, porque tenía cédula de Su Majestad para ello.
Salió de Cartagena, vuelta de España, y al cabo de hartos días de navegación, volvió a arribar a la misma ciudad, y de ella envió a esta real caja a cobrar lo que se le debía de los dos mil ducados que Su Majestad le daba para el ayuda de costa de los viajes, con lo cual se volvió a España, a donde halló vivos y resucitados aquellos capítulos que tenía por muertos por haberlos cogido acá, con los cuales y otras cositas salió condenado en veintidós o veinticuatro mil pesos o ducados, de la cual pesadumbre se dijo en esta ciudad que había muerto. Pero yo digo que era llegada la hora y la voluntad de Dios, porque las llaves de la muerte y de la vida sólo Dios las tiene; aunque suelen decir que no hay muerte sin achaque. Muchas veces he oído en este Reino rezar por él, y particularmente cuando se cobran alcabalas; pero son oraciones al revés. Y con esto volvamos a nuestros arzobispos.
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Por muerte de don fray Luis Zapata de Cárdenas, segundo arzobispo de este Nuevo Reino, que como tengo dicho murió el 24 de enero del año de 1590, en cuyo lugar fue electo don Alonso López de Ávila, arzobispo de Santo Domingo, natural de Albornoz en Castilla, de linaje noble; fue colegial de Osma y después en Valladolid, de donde salió para ser provisor de Santiago de Galicia, y ascendió a ser inquisidor de Córdoba y arzobispo de Santo Domingo. Hallóle esta promoción ocupado en la visita de aquella Real Audiencia; y antes que la acabara se le acabó la vida, o se la acabaron, según fue fama. Murió a 30 de diciembre de 1591.
Por su muerte fue electo por arzobispo de este Reino don Bartolomé Martínez, obispo de Panamá, natural de Almendral en la Extremadura, de donde salió proveído por arcediano de Lima y después por obispo de Panamá; y habiendo partido de aquella ciudad para venir a este arzobispado, murió antes de llegar a él, en Cartagena, a 17 de agosto de 1594 años.
En esta vacante fue electo arzobispo de este Reino Nuevo fray Francisco Andrés de Caso, prior de Nuestra Señora de Atocha en Madrid, natural de la Rioja, el cual habiendo aceptado esta merced, dentro de pocos días la renunció por no venir a Indias.
Fue electo en su lugar el doctor don Bartolomé Lobo Guerrero, inquisidor de México, natural de Ronda, originario de la Fuente el Maestre en Extremadura, del noble linaje de los Guerreros. Fue colegial en Ciudad Rodrigo y catedrático de prima en cánones, de donde salió proveído por fiscal de la Inquisición y después a este arzobispado, al cual no pudo venir tan breve como deseaba, y al fin entró en esta ciudad a 28 de marzo del año de 1599, que fue dominica in passione.
Puso gran cuidado en reformar el servicio del culto divino de esta santa Iglesia; y habiendo notado que por falta de racioneros no se cantaban las misas conventuales con diáconos, sino solamente en las fiestas, que se vestían de diáconos los curas, pidió a esta Real Audiencia que juntamente con él suplicasen al rey, nuestro señor, los pusiese, representándole esta falta. Su Majestad los puso, nombrando dos clérigos patrimoniales, y fueron los primeros racioneros que hubo en esta santa Iglesia, y en lugar de medio racionero puso el dicho arzobispo un clérigo, con salario moderado, que cantase las epístolas, y los racioneros por semanas los evangelios, con que se sirve el altar cumplidamente. En el coro puso cuatro capellanes con salario, para que ayudasen a los prebendados, asistiendo con ellos a las horas canónicas y a oficiar las misas cantadas, con que se ha servido y sirve cumplidamente esta santa Iglesia, y tiene más autoridad que antes. Fundó colegio seminario, intitulado de San Bartolomé, por haberse deshecho el que fundó su antecesor. Entrególo a la religión de la Compañía de Jesús, que en él ha hecho gran fruto y sacado excelentes predicadores, y muy virtuosos clérigos, graduados de licenciados, maestros y doctores, para lo cual tiene facultad de Su Santidad, a falta de universidad. Esta fundación del colegio seminario se hizo el año de 1605, y un año antes había fundado en esta ciudad la Compañía el primer convento que su religión tuvo en este Nuevo Reino. Hizo constituciones sinodales, que se leyeron en esta santa Iglesia, por septiembre del año de 1606.
Hasta la venida suya había durado la sede vacante en este Reino más de diez años, que los ocho de ellos gobernó el doctor Antonio González lo temporal, y lo espiritual deán y Cabildo; que aun en esto fue desgraciado este Reino, de que no hubiese arzobispo que intercediese por él con el presidente o que informase a Su Majestad para que de allá le viniese algún remedio; que no fuese la menor falta, porque aunque el Cabildo eclesiástico hizo su diligencia con los demás de las ciudades, no importó, porque a todos hizo rostro el presidente y salió con todo lo que quiso.
El que más le seguía e importunaba con ruegos era don Francisco de Porras Mejía, maestre-escuela, provisor y vicario general de este arzobispado, grande amigo del presidente y gran señor mío, que como hombre de celo cristiano, ciencia y conciencia, se oponía a todo; mas era siempre rogando.
Y Porque las cosas del presidente don Francisco de Sandi, que le tenemos ya en cama, me llaman, y para algunas de ellas he menester al señor Arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero, en el siguiente trataré de su promoción y de lo demás que le sucedió con la Real Audiencia.